«La esperanza es una virtud cristiana que consiste en despreciar todas las miserables cosas de este mundo en espera de disfrutar, en un país desconocido, deleites ignorados que los curas nos prometen a cambio de nuestro dinero» — VOLTAIRE

Esta es una recta muy larga en apariencia. Aunque ahora van a entrar en una zona arbolada y el bosque a su derecha es de pinos. Y la sombra se agradece, ya que el día parece haberse confundido de nuevo y andan bajo un sol que los obliga a pedir clemencia. El personaje del peregrino no duda de lo que esto tuvo que significar en eras remotas. Pero no dice nada para no suscitar controversia. August, también como Bruma, camina descalzo. Y quiere pensar que eso sólo puede implicar algo innegable. Kilómetro 15’15. «¡Ánimo y locura!» -dice ahí y, luego, bajo el solitario 15 Amenal, mientras continúan por la carreterita y un perro les ladra.

– ¿Has visto ese móvil? -le pregunta Dechirou. Un móvil alucinante, hecho de herramientas. Pero August no muestra ni el más remoto interés por nada que no suceda en el interior de su cabeza. Y, al final, parece que hacia donde se dirigen es hacia esa carretera.

Una nota del 28 de septiembre del 2015, el personaje del peregrino se agacha a recogerla. Dice: «No diré una palabra que no sea de amor.» Y eso repetido en francés y en italiano. Luego, un bar, tras cruzar la Nacional, y otro bosque, aunque aquí se anda en fuerte ascenso pero, por fortuna, el sol se aviene a reconocer la hora que ya es…

«Entre la noche y el día/ hay un territorio indeciso./ No es luz ni sombra: es tiempo./ Hora, pausa precaria,/ página que se obscurece,/ página en la que escribo,/ despacio, estas palabras», que es como lo manifiesta Octavio Paz en su ‘Carta de creencia’.

Esto es Cimadevilla, el P.K. 14’1, y en un par de ocasiones se han cruzado con el mismo deportista que corre hacia abajo y hacia arriba. Y pronto el ruido no metafórico de los coches que transitan la carretera.


Y «La tarde/ es una brasa que se consume», prosigue Octavio Paz, en un verso perfecto, que reseña este momento con un acierto absoluto.

Borges escribió un breve ensayo acerca de Swedenborg al que August menciona como si se tratase de un mentor, y el espíritu humano que le iluminó es como se refiere a él. Pero August también reconoce, pasmosamente, no haber oído hablar jamás del autor de ‘El laberinto de la soledad’, ‘Convergencias’, y un buen número de otros ensayos. Premio Nobel de Literatura en 1990.

Y lo que Borges dice es que a Swedenborg le debemos un método personal para fijar las longitudes y un tratado sobre el diámetro de la luna. Swedenborg, el mismo hombre que en 1716 había iniciado en Upasala la publicación de un periódico de carácter científico que hermosamente titulo ‘Daedalus Hiperborius’, y aunque el hecho cardinal de su vida -como algo más adelante Borges relata- ocurrió en Londres, en una noche de abril de 1745. Eso que Swedenborg denominó «grado discreto» o «grado de separación», y al que precedieron sueños, plegarias, periodos de incertidumbre y de ayuno pero también de aplicada labor filosófica y científica, cuando «un desconocido, que silenciosamente le había seguido por las calles de Londres, y de cuyo aspecto nada sabemos, apareció de pronto en su cuarto y le dijo que era el Señor.» De modo que Swedenborg, a partir de ese instante, podía conversar con los muertos, los demonios y los ángeles de Sheldrake.

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