«La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido» — RABINDRANATH TAGORE

Desde aquí, bajo la línea que trazan los aerogeneradores, contemplan otra aldea y se preguntan si es hacia ella hacia donde se mueven pero de ningún modo. El sendero de tierra los desvía en ascenso, todavía. Pero antes de las 10h10min. los conduce a la carretera. Podríamos pensar que ya lo han conseguido y que el esfuerzo físico se detiene ahí pero, si uno no quiere llevarse una decepción, lo mejor es que se comprenda que ese kilómetro, que se veía indicado cuando de Grandas les separaban 12 y de A Fonsagrada 15, se realiza por trocha hasta la misma loma de los aerogeneradores, aunque las vistas, sin parecerse ni lejanamente a las de los Pirineos o la Cordillera Cantábrica, igualmente compensan: una carretera allí al fondo, la tierra verdísima y los montes elevándose sumisamente uno tras otro en lontananza, albergados por un ingenuo azul, en el que el blanco encala algodones. Sobre todo en un día tan soleado como éste.

Pero, ¿y la amistad? A los antiguos dice Clive que la «philía», la amistad, les parecía el más feliz y el más plenamente humano de los amores; la amistad que pocos valoran, el menos instintivo, el menos orgánico y biológico y el menos gregario y necesario de los amores. El que se da esencialmente entre individuos y, desde el momento en que se produce, se puede decir que esos se han separado del rebaño. Pero ¿a qué llama Clive rebaño? Evidentemente a la comunidad. A quien la amistad –como observa- no tiende a gustarle demasiado. Pero, ¿por qué?

Clive y el personaje del peregrino han atravesado una primera portilla y algo más de veinte minutos después lo hacen con esta otra. El ascenso es exigente en este punto pero Dechirou no tiene ninguna respuesta para eso. Así que Clive lo que dirá -mientras el desagradable frío de las aspas eólicas los traspasa- es que la amistad es selectiva. Es asunto de unos pocos. Y ciertas manifestaciones de sentimiento democrático le son naturalmente hostiles. Por eso lo primero que despierta la sospecha, en el ámbito de cualquier autoridad, es este concierto íntimo; al que la inmensa mayoría en seguida califica por nombres que suelen exhibir el carácter de lo denigrante, siendo lo que nos indica la voz de la envidia que, sin embargo, puede acercarse demasiado a la verdad. Porque entre ser selectivo y ser sectario hay poco más de un paso. Y, por último, estaría el hecho de que raramente la amistad es la imagen bajo la que las sagradas escrituras presentan la relación entre Dios y el hombre. Dios puede presentarse a si mismo ante nosotros, sin riesgo de que le malentendamos, como Padre y como Esposo, porque sólo un loco pensaría que es físicamente nuestro progenitor, o que su unión con la iglesia es otra cosa que mística. Pero si la amistad fuese usada con ese propósito, podríamos tomar el símbolo por lo simbolizado -explica Clive- que al expresarse así el personaje del peregrino no sabría decir lo que provoca en él pero algo terrible.

La tierra del Camino se torna a partir de aquí de ese marrón-rojizo que tanto nos gusta, y antes de las once menos cuarto se podrá decir que ya han coronado y tan solo a escasos cuatro minutos después, la frontera que divide Asturias de Galicia; la séptima comunidad autónoma que Dechirou habrá de cruzar. Aunque aquí eso sólo lo señala un modesto reguero de piedras y una pequeña laja artesana de pizarra.


Fonsagrada, por supuesto, es aquello tan luminoso que divisan a lo lejos. Pero es casi tan engañosa esta distancia como la distancia que observamos entre Buspol y Grandas.

El Acebo a 1110 metros de altitud, y al borde de las once el momento en que alcanzan la carretera.

[AUAUA]

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