“En la física cuántica, el efecto observador afirma que allí donde pones la atención pones la energía” — JOE DISPENZA

Francisco afirmó que lo suyo daba para escribir un libro del Camino de Santiago. Es más, alguien, no sé quién, pensaba hacerlo ayudado de su diario, el que Francisco escribía. Y pasó a relatarme todo el cúmulo de »desgracias», despropósitos y pintorescas situaciones, que hasta el momento habían vivido él y sus compañeros de »peregrinación». Mi cabeza estaba en el nuevo cambio operado en Navarra, quien, en cuanto Suso nos puso el caldo gallego encima de la mesa, había apartado su mirada del televisor, del fútbol americano, porque Navarra no, no había querido sentarse de cara al paisaje, como proponía yo sino bajo el trillado televisor, y se había santiguado, pasando a inclinarse sobre el plato para vaciarlo del contenido que se había servido en él. ¿Se había santiguado? ¿o yo había comenzado a delirar y estaba sufriendo alucinaciones? No, no, dije bien: se había santiguado. Pues eso, cúmulo de despropósitos que iban desde que las llaves del coche no las tenía quien las tenía que tener, hasta el coche esto y el coche lo otro, y el coche lo de más allá y etcéteras varios del coche… Y luego mencionó un carrito de la compra. ¡Ah! -exclamé ahí. Eso me sonaba. «Vosotros sois los del carrito de la compra.» Esa historia que Navarra había estado contándome acerca de unos que habían llegado arrastrando un carrito de la compra, a última hora, al albergue de Hospital de Órbigo, la noche que lloré todas las lágrimas contenidas durante años y más años, no sé si tantos como todos los de mi vida; la noche en que Navarra me había penetrado con aquella fiereza, en la oscuridad del manto que fue esa noche… El carrito les pareció la mejor idea para el asunto de las provisiones (ni qué decir tiene que adivinaría que el carrito se lo llevaron de la primer gran superficie que se les puso a tiro, hoy sí, pero en aquella tarde de O Cebreiro no contaba encontrarme yo con tres tipos de lo más vulgar, al uso de la mentalidad pandillera de siempre, sentados a mi mesa.) Y fue cuando escuché lo de la candela… Francisco me estaba contando que a la altura del crucero de Santo Toribio ya no sabían de qué más desprenderse y él, con pena, había dejado, sobre la base de la cruz, una candela con un papelito dentro y algunos deseos para quemar… Esos deseos que eran para el fin del mundo. Me dijo que no se le iba de la mente aquella candela, que no comprendía porqué, y según estaba contándomelo su candela iba dibujándose en la mía… Como en una película volvía a visualizar al anciano que había dirigido sus pasos al hito de Santo Toribio, al que yo enfoqué con mi teléfono móvil. Y después, cuando se empeñó en que fuera yo misma la que me llevara la candela. «En serio -le dije a Francisco. Tengo la prueba.»

– ¿Tú tienes nuestra candela?
– No, yo lo que tengo es una imagen de tu candela, que es lo único que no pesaba.


La tenía en mi teléfono y prometí mostrársela en cuanto regresáramos al refugio. Antes unos amigos de Suso, unos músicos, tenían que llegar y todos ponerse a tocar la muñeira de Chantada.

En Santa María de O Cebreiro las sensaciones fueron sobrecogedoras. Navarra me hizo notar que la vela que había recogido en el Camino, sin que él entendiera porque, se había apagado en cuanto la encendí. Quise quitarle importancia pero en mi fuero interno admitía que las energías me estaban hablando. Ignorante de mí, también en este punto se me pasaba desapercibida toda la historia que recogía el lugar. Tampoco ninguno de los presentes me la compartió.

«En 1486 los Reyes Católicos, de peregrinaje a Santiago, se detienen en el monasterio y donan los fanales donde se guardan las reliquias del milagro. El milagro, convertido en leyenda, recorre Europa al ser trasladado por peregrinos alemanes y franceses.»

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