“La crápula de lo cotidiano se estanca más tarde en un gusano de la conciencia, cada momento es un coágulo” — LUCIO ROSENKREUTZ

El tabaco se nos acabó y pensamos en movernos; yo preguntándome si aún estaba a tiempo de pegarle el esquinazo para visitar a solas la catedral. Dimos con los hermanos de las sopas de ajo de San Juan de Ortega, le animé a quedarse con ellos, que le invitaron por supuesto. Busco un estanco a solas, y a la mujer de la lluvia que está condenada a no salir del cerco de su fuente. Judith, ojos verdes de gata, me toma la fotografía. Compro un merengue extremadamente dulce y vuelvo a pensar en perderme. El de las manos lo estropea, señalándome la presencia de Andoni. «¡Ésta es más rara. Parece el Llanero Solitario!» Y el momento es de esos como para querer borrarlo de la memoria. ¡Andoni, qué tipo tan despreciable!


Recibo una llamada del casero, me asegura que todo está bajo control, mi abuela, bien que mal, confinada, y la preocupación actual que es desprenderme, como sea, de ese ambiente en el que me estoy viendo sumergida. Ahora, el argentino que a la mañana me saludó muy agradable, el mismo que me arrancó de las manos el folio que el cura de San Juan de Ortega había puesto en ellas, para que leyera en la última parte de la misa, había dejado de interesarse por reconocerme, quizá porque estaba acompañado y no solo.

Recibo un mensaje de Francisco. Ya ha terminado su camino pero los dos últimos días han sido bastante malos para él, por motivos climáticos, y a lo mejor vuelve a Sarria. No es seguro pero me pide que de vez en cuando le diga por donde ando.

La noche que se echaba encima amenazando lluvia y rogar sin rigor, porque la ropa tendida se secase pese a todo.

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