«No hay nada que escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a una máquina de escribir y sangrar» — ERNEST HEMINGWAY

La mujer extiende la mano del guante con un gesto elegante y le ofrece que la acompañe. Luego se lo ha quitado y se la ha dado, una mano gélida que, sin embargo, ha tomado la suya con calor y, en seguida, después de presentarse, han comenzado a hablar de Hemingway.

Hemingway estuvo aquí. Vino aquí para pescar truchas en el río Irati. La carretera que le trajo hasta Burguete era blanca y polvorienta. Primero atravesó una tierra de labranza con colinas rocosas, el viento agitaba el trigo de los cultivos. Luego la carretera se metió por entre las colinas y dejó abajo los ricos campos de cereales. Encontró, en su mirada, la aridez de la áspera arcilla calcinada y los surcos hechos por la lluvia. Así lo describe en ‘Fiesta’ (The sun also rises, 1926), su primera novela importante, que narra la experiencia vivida en sus primeros sanfermines.

García Márquez escribe de él en sus notas de prensa, obra periodística, que mientras la noticia conmueve en el mundo a taxistas, camareros, guías para cazadores, boxeadores y toreros, en el pueblo natal de Hemingway, el Ketchum de Idaho, no había pasado de ser un doloroso incidente local, como aquel en el que muere una anciana indigente, arrasada por las llamas de un incendio que propagó la vela a la que había dado lugar el corte del suministro de luz, o un tractor que aplasta la vida de uno que, hasta ese día, había sido un artista con el tractor. Y después las palabras de Márquez incluso se vuelven aún más descorazonadoras. El cadáver había permanecido seis días en una capilla ardiente, aunque no como se vela el de los héroes a los que se les rinden honores, sino en la espera de alguien que -según el escritor- estaba cazando leones en África.

Hemingway –dice la mujer- regresó muchas otras veces a Burguete y le habla de Kenia. Le cuenta que, cuando viajó a Kenia en busca de las nieves del Kilimanjaro, durmió en la misma habitación en la que supuestamente había dormido Hemingway, en un lugar rodeado por los masáis. Y él le dice que en una ocasión leyó un cuento de Hemigway. Un cuento en el que una muchacha mira a unas colinas y le parecen tan preciosas como elefantes blancos. Lamentando que Hemingway llegara a sentirse tan desesperado, como para pegarse un tiro con una escopeta.

2 comentarios en ««No hay nada que escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a una máquina de escribir y sangrar» — ERNEST HEMINGWAY»

  1. Reblogueó esto en eXtemporáneay comentado:

    Saber esto que aquí relato de Hemingway fue una casualidad muy grande. Porque precisamente el día en que iba a escribir acerca de él se me ocurrió abrir ese libro de García Márquez sin tener ni la más remota idea de lo que me iba a encontrar. Lo del alojamiento de Hemingway es diferente, eso me lo contó un bodeguero de mi ciudad.

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